Movidas por el Espíritu Santo doce mujeres jóvenes, se reunieron en París en 1821, animadas por el deseo de llevar a los hogares la Buena Noticia de salvación y su mensaje de Esperanza gozosa.
Espontáneamente se colocaron bajo la dirección de Josefina Potel. Cuidaban a los enfermos de cualquier condición social en sus casas especialmente en los últimos momentos de su vida, revelándoles así el amor de Cristo.
1824.
El 24 de enero Monseñor Hyacinthe LLouis de Quelen, Arzobispo de París, confirmó el Carisma recibido por Madre Josefina Potel y recibió los votos de las primeras hermanas
Les dio el nombre de Hermanas del Buen Socorro, bajo la invocación de María Auxilio de los cristianos.
La congregación fue creciendo rápidamente y se iba extendiendo en gran parte de Francia y más allá de las fronteras: Irlanda, Inglaterra, Estados unidos, Ecuador, Perú, África del Sur y este año 2021 se estableció una nueva comunidad en República democrática del Congo.
El año 1966 las Hermanas del Buen Socorro de Irlanda respondieron con alegría al llamado de “Irse a todo el mundo para anunciar el Evangelio a toda la creación” (Mc. 16:15). Impresionadas por este llamado y con el corazón dispuesto, entraron en una nueva perspectiva de la misión en América Latina. Las hermanas fueron llamadas a aliviar el sufrimiento humano y llevar el mensaje de esperanza a los pobres en el Distrito de La Esperanza, Provincia de Trujillo, Departamento de La Libertad. Las pioneras de esta misión noble fueron las hermanas: Mary de Sales Humphreys, Columba Mary Byrne, Mary Felim Duignan y Joseph Finbarr O’Sullivan.
Comenzaron su apostolado dedicándose al cuidado de las madres y los niños, la atención de la salud, el trabajo social, la instrucción religiosa y todas las formas de apoyo a los más pobres de los pobres, especialmente a los enfermos y moribundos; siguiendo las palabras de la Madre Angelique Geay, “¿Qué haremos por los pobres? Mi mayor angustia es el sufrimiento de los Pobres”.
Esta labor de amor, disponibilidad, valentía, solidaridad, reconciliación, justicia, servicio, compasión, respeto, alegría, caridad, sencillez y todos los valores hechos vida por nuestras hermanas, pronto atrajeron el corazón de las jóvenes que también quisieron consagrarse al Buen Dios, dedicando su vida al servicio de los necesitados.
Las Hermanas en Perú comenzaron a crecer en número y expandieron el ministerio a nuevas comunidades.
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